Cuando se habla de “democracia deliberativa” se ponen en tensión dos términos que deben enriquecerse mutuamente. La palabra “deliberación” (de-liberar: instalarse en la condición de la elección libre, confrontarse a partir del reconocimiento de la autonomía) habla de acuerdos basados en razones; habla de un diálogo de argumentos; pero se refiere ante todo a la condición de aceptar al otro como capaz de elegir y decidir. Lo clave de la deliberación está en la capacidad de elegir y la capacidad de elegir no depende sólo de conocer explícitamente las razones teóricas; se puede elegir por experiencia; se puede elegir porque se ha llegado a entender (a comprender, a intuir) lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, lo conveniente o lo perjudicial de una decisión. La palabra “democracia” (el gobierno de todos los ciudadanos) sólo puede nombrar cabalmente una realidad social cuando se parte del reconocimiento de que todos están en capacidad de elegir.
Entraríamos en un extraño laberinto de razones si exigiéramos una república de sabios para hacer posible la democracia. Es muy deseable alcanzar una cobertura total en educación superior, pero la democracia exige una capacidad de elegir que no se adquiere sólo en la escuela. Sin duda el saber amplía la elección; pero no sólo el saber que se traduce en razones; también el que permite elegir sobre la base de lo que se guarda en la memoria y nos hace andar seguros porque se ha condensado como experiencia. Se elige porque se sabe; pero se sabe de distintos modos. No hay escuela que asegure una buena elección, por ejemplo, en el amor. La escuela puede ser el mejor camino para la hacerse libre, pero también la práctica hace expertos y quien está en la circunstancia vital de la elección con frecuencia tiene más elementos para elegir que el maestro que pretende guiarlo sin conocer antecedentes y contextos.
Sabemos que no es cierto que exista una verdadera democracia. Elegir un gobernante no parece ser el único modo, ni el mejor, de ser libres. Para construir la democracia se trata más bien de ampliar el espacio susceptible de elección (y de deliberación); se trata extender la elección a más esferas de la vida. Esto quiere decir adquirir la conciencia de que es posible cambiar las cosas, elegir la dirección de ese cambio y actuar de acurdo a esa elección. Se es libre cuando se logra resolver un problema. Construir un puente que evite el peligro de los niños que arriesgan su vida para llegar a una escuela, denunciar a un funcionario que roba el recurso que pertenece a la colectividad, lograr que se abra un puesto de salud, aprender a manejar las basuras o conseguir mejoras en las condiciones colectivas de trabajo son actos de libertad.
La democracia deliberativa no es sólo la democracia de las razones. Es la democracia de las acciones que transforman la vida de las colectividades por su propia elección. Aunque parta del respeto de los argumentos y valore especialmente la comprensión de las razones, no es sólo el poder de los argumentos más elaborados, sino el encuentro de las vivencias y los argumentos. Por eso es posible ejercerla en colectividades que aún no han recibido los beneficios de la educación más avanzada, aunque reconozca que la educación es su arma fundamental. Cuando se dice que con educación todo es posible se parte de la experiencia de que la educación ciudadana, que no renuncia ni a la razón ni a la emoción, que no necesariamente implica una comprensión teórica (deseable), sino que parte de lo que enseña la vivencia, es una educación en la cual se crece en la práctica de las acciones colectivas y sobre la base de los acuerdos que el buen sentido de los ciudadanos hace posibles.
La democracia deliberativa es para todos y no sólo para quienes han aprendido a dar las mejores razones. Crecerá y se enriquecerá enormemente en la medida en que se amplíe y se cualifique la formación escolar, pero depende, en primer lugar, de la disposición a aceptar el saber del otro y su capacidad de ser libre, de la capacidad de interpretar modos de expresión que pueden ser distintos a los que enseña la escuela y de trabajar con el otro reconociendo diferencias de intereses y de experiencias. No todos buscamos exactamente lo mismo, pero muchas veces podemos trabajar conjuntamente para avanzar juntos en la parte del camino que compartimos.
Sólo cuando concebimos la vida como un proyecto tiene sentido cada paso y se justifica cada esfuerzo. No podemos simplemente andar a tientas. Pero el proyecto de nuestra vida es más valioso, tiene más sentido para nosotros mismos, en la medida en que podemos compartirlo; y compartirlo quiere decir también estar dispuesto a ampliarlo en el encuentro verdadero con el proyecto del otro. El respeto y cuidado de la vida (de la vida humana, pero también de la vida de esta casa común que es el planeta), el respeto a las diferencias (a las múltiples diferencias entre las personas, pero principalmente a las diferencias culturales), el cuidado de sí mismo y del otro, el reconocimiento de que el bien común es más importante que el bien privado, la disposición a la sinceridad y a la rectitud y la voluntad de hacer realidad los principios de equidad y de justicia deberían bastar como pautas muy generales para esos encuentros y esas búsquedas compartidas. Ya es pedir mucho, pero tal vez, como ha mostrado la voluntad de millones de personas que optaron por el respeto a los acuerdos sociales fundamentales, tampoco es arar en el viento.
Para comenzar la tarea de establecer una verdadera comunicación podemos entonces comenzar con los amigos y con el amplio universo de las personas cuyas necesidades somos capaces de comprender y cuyas emociones creemos que podemos compartir. Decir “hagamos Minga” puede ser lo mismo que decir que estamos dispuestos a hacer de la política lo que idealmente debe ser: un verdadero encuentro, un espacio de aprendizaje y transformación permanente. También es un modo de decir: “¿Y ahora qué? Ahora TODO”.
Tomado de:
http://www.antanasmockus.com/SaladePrensa/tabid/69/ctl/ReadMockus/mid/456/ArticleId/320/Default.aspx
Entraríamos en un extraño laberinto de razones si exigiéramos una república de sabios para hacer posible la democracia. Es muy deseable alcanzar una cobertura total en educación superior, pero la democracia exige una capacidad de elegir que no se adquiere sólo en la escuela. Sin duda el saber amplía la elección; pero no sólo el saber que se traduce en razones; también el que permite elegir sobre la base de lo que se guarda en la memoria y nos hace andar seguros porque se ha condensado como experiencia. Se elige porque se sabe; pero se sabe de distintos modos. No hay escuela que asegure una buena elección, por ejemplo, en el amor. La escuela puede ser el mejor camino para la hacerse libre, pero también la práctica hace expertos y quien está en la circunstancia vital de la elección con frecuencia tiene más elementos para elegir que el maestro que pretende guiarlo sin conocer antecedentes y contextos.
Sabemos que no es cierto que exista una verdadera democracia. Elegir un gobernante no parece ser el único modo, ni el mejor, de ser libres. Para construir la democracia se trata más bien de ampliar el espacio susceptible de elección (y de deliberación); se trata extender la elección a más esferas de la vida. Esto quiere decir adquirir la conciencia de que es posible cambiar las cosas, elegir la dirección de ese cambio y actuar de acurdo a esa elección. Se es libre cuando se logra resolver un problema. Construir un puente que evite el peligro de los niños que arriesgan su vida para llegar a una escuela, denunciar a un funcionario que roba el recurso que pertenece a la colectividad, lograr que se abra un puesto de salud, aprender a manejar las basuras o conseguir mejoras en las condiciones colectivas de trabajo son actos de libertad.
La democracia deliberativa no es sólo la democracia de las razones. Es la democracia de las acciones que transforman la vida de las colectividades por su propia elección. Aunque parta del respeto de los argumentos y valore especialmente la comprensión de las razones, no es sólo el poder de los argumentos más elaborados, sino el encuentro de las vivencias y los argumentos. Por eso es posible ejercerla en colectividades que aún no han recibido los beneficios de la educación más avanzada, aunque reconozca que la educación es su arma fundamental. Cuando se dice que con educación todo es posible se parte de la experiencia de que la educación ciudadana, que no renuncia ni a la razón ni a la emoción, que no necesariamente implica una comprensión teórica (deseable), sino que parte de lo que enseña la vivencia, es una educación en la cual se crece en la práctica de las acciones colectivas y sobre la base de los acuerdos que el buen sentido de los ciudadanos hace posibles.
La democracia deliberativa es para todos y no sólo para quienes han aprendido a dar las mejores razones. Crecerá y se enriquecerá enormemente en la medida en que se amplíe y se cualifique la formación escolar, pero depende, en primer lugar, de la disposición a aceptar el saber del otro y su capacidad de ser libre, de la capacidad de interpretar modos de expresión que pueden ser distintos a los que enseña la escuela y de trabajar con el otro reconociendo diferencias de intereses y de experiencias. No todos buscamos exactamente lo mismo, pero muchas veces podemos trabajar conjuntamente para avanzar juntos en la parte del camino que compartimos.
Sólo cuando concebimos la vida como un proyecto tiene sentido cada paso y se justifica cada esfuerzo. No podemos simplemente andar a tientas. Pero el proyecto de nuestra vida es más valioso, tiene más sentido para nosotros mismos, en la medida en que podemos compartirlo; y compartirlo quiere decir también estar dispuesto a ampliarlo en el encuentro verdadero con el proyecto del otro. El respeto y cuidado de la vida (de la vida humana, pero también de la vida de esta casa común que es el planeta), el respeto a las diferencias (a las múltiples diferencias entre las personas, pero principalmente a las diferencias culturales), el cuidado de sí mismo y del otro, el reconocimiento de que el bien común es más importante que el bien privado, la disposición a la sinceridad y a la rectitud y la voluntad de hacer realidad los principios de equidad y de justicia deberían bastar como pautas muy generales para esos encuentros y esas búsquedas compartidas. Ya es pedir mucho, pero tal vez, como ha mostrado la voluntad de millones de personas que optaron por el respeto a los acuerdos sociales fundamentales, tampoco es arar en el viento.
Para comenzar la tarea de establecer una verdadera comunicación podemos entonces comenzar con los amigos y con el amplio universo de las personas cuyas necesidades somos capaces de comprender y cuyas emociones creemos que podemos compartir. Decir “hagamos Minga” puede ser lo mismo que decir que estamos dispuestos a hacer de la política lo que idealmente debe ser: un verdadero encuentro, un espacio de aprendizaje y transformación permanente. También es un modo de decir: “¿Y ahora qué? Ahora TODO”.
Tomado de:
http://www.antanasmockus.com/SaladePrensa/tabid/69/ctl/ReadMockus/mid/456/ArticleId/320/Default.aspx
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